jueves, 21 de marzo de 2013

A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales.


Cuando el ruido distante de las descargas le despertó al fin, se encontró Jorge con que estaba solo en un palacio abandonado. Le costó trabajo recordar lo que había sucedido y ni siquiera intentó explicarse su presencia en aquel lugar. El estrépito de la batalla que en los alrededores de la cárcel se estaba librando le hizo salir precipitadamente y encaminarse hacia el lugar de donde partían las detonaciones. 

En la calle vio a muchos hombres que corrían en la misma dirección. Paró a uno de ellos y le preguntó:

- ¿Qué pasa?

El interpelado, un rudo huertano que acudía armado de una vieja escopeta a defender "su" república sin saber a ciencia cierta qué clase de enemigo la amenazaba, contestó lacónicamente:

- Que quieren asaltar la cárcel para apoderarse de los presos fascistas.
- ¿Pero quiénes son los asaltantes?
- Unos bandidos fascistas.
- ¿Y cómo han llegado los fascistas hasta aquí?
- ¡Ah! ¿Yo qué sé?

Y echó a correr.
El aviador inglés, estupefacto, se acercó a los grupos que, parapetados en los alrededores de la cárcel, hacían fuego contra los hombres de la Columna de Hierro. Era indudable que los fascistas habían intentado un golpe de mano en aquel lugar. Sacó la pistola y se marchó con la gente del pueblo, pensando que, ya que su ferviente anhelo de combatir el fascismo le había llevado, no sabía cómo, hasta allí, su deber era batirse lealmente. Una vez metido en la aventura, no valía echarse atrás.

Un asalto en regla a la prisión se preparaba. Había que desalojar al enemigo de la cárcel antes de que tuviese tiempo de asesinar a los prisioneros. Se oyó una voz que pedía:

- ¡A ver! ¡Voluntarios para ir a pecho descubierto hasta el portal de la cárcel y hacerse fuertes en él!

Se destacaron seis o siete hombres, jóvenes en su mayoría. Jorge se unió a ellos.

- ¿Dónde vas tú con eso? -le preguntó uno de los que parecían jefes de los milicianos mirando desdeñosamente la diminuta pistola del inglés-. Tira ese juguete y toma éste.
- Le puso entre las manos un fúsil.
- ¿Cómo se dispara? -preguntó ingenuamente Jorge.
- Así -le replicó el miliciano abriendo y cerrando el cerrojo del máuser-. ¿Sabrás hacerlo?
- Sí -le replicó el inglés, y se colocó entre los voluntarios que se disponían al asalto.

Acecharon el momento oportuno y, a todo correr, con el cuerpo inclinado a tierra, abandonaron la esquina que los protegía y se lanzaron a atravesar la plaza bajo el fuego terrible que les hacían los hombres del Chino.

Los asaltantes iban corriendo y disparando simultáneamente. Jorge quiso imitarlos, pero, aunque apretó el gatillo del máuser, el tiro no salió. En aquel momento el portal de la prisión se abrió y una ráfaga de plomo segó a los milicianos. El inglés tiró el inútil fusil y, cerrando los ojos y encogiendo el cuerpo, se precipitó ciegamente hacia aquel boquete negro del portal que vomitaba fuego sobre ellos. Los de la Columna de Hierro habían emplazado una ametralladora en el fondo del zaguán y antes de que los milicianos pudieran acecarse o huir los habían barrido. Sólo Jorge llegó indemne hasta la puerta de la prisión. Ya dentro del zaguán, uno de los bandidos que le encañonaba con un fusil se fijó en él y bajó el arma sorprendido.

- ¡Pero si es nuestro inglés! -exclamó.

Le trincaron por el brazo y se lo llevaron al Chino.

- ¿Qué hacías, idiota? -le preguntó éste.

Jorge, tan sorprendido de hallarse entre sus amigos de la víspera como de haber estado combatiendo contra ellos sin saberlo, respondió:

- Peleaba contra los fascistas.
- ¡Pero si los fascistas son ésos de ahí fuera!

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